sábado, febrero 02, 2008

Duque de Rivas

Ángel SAAVEDRA, DUQUE DE RIVAS (1791-1865)

Monologo di Don Álvaro da Don Álvaro o la fuerza del sino (1835)
Jornada, escena III, ed. de D. Shaw, Madrid Castalia



(El teatro representa una selva en una noche muy oscura. Aparece en el fondo don Álvaro, solo, vestido de granaderos; se acerca lentamente y dice con gran agitación)

Don Álvaro (Solo)
¡Qué carga tan insufrible
es el ambiente vital!
para el mezquino mortal
que nace en signo terribile!
¡Qué eternidad tan horrible
la breve vida! Este mundo,
qué calabozo profundo
para el hombre desdichado
a quien mira el cielo airado
con su ceño furibundo!
Parece, sí, que a medida
que es más dura y más amarga
más extiende, más alarga
el destino nuestra vida.
Si nos está concedida
sólo para padecer,
y debe muy breve ser
la del feliz, como en pena
de que su objeto no llena,
¡terribile cosa es nacer!
Al que tranquilo, gozoso,
vive entre aplausos y honores,
y de inocentes amores
apura el cáliz sabroso;
cuando es más fuerte y brioso,
la muerte sus dichas huella,
sus venturas atropella;
y yo que infeliz soy,
yo que buscándola voy,
no puedo encontrar con ella.
Mas ¿cómo la he de obtener,
¡desventurado de mí!
Pues cuando infeliz nací,
nací para envejecer?
Si aquel día de placer
(que uno solo he disfrutado),
fortuna hubiese fijado,
¡cuán pronto muerte precoz
con su guadaña feroz
mi cuello hubiera segado!
Para engalanar mi frente,
allá en la abrasada zona,
con la espléndida corona
del imperio de Occidente,
amor y ambición ardiente
me engendraron de concierto,
pero con tal desacierto,
con tan contraria fortuna,
que una cárcel fue mi cuna
y fue mi escuela el desierto.
Entre bárbaros crecí,
y en la edad de la razón,
a cumplir la obligación
que un hijo tiene acudí;
mi nombre ocultando, fui
(que es un crimen) a salvar
la vida, y así pagar
a los que a mí me la dieron,
que un trono soñando vieron
y un cadalso al despertar.
Entonces, risueño un día,
uno solo, nada más,
me dió el destino, quizás
con intención más impía.
Así en la cárcel sombría
mete una luz el sayón,
con la tirana intención
de que un punto el preso vea
el horror que le rodea
en su espantosa mansión.
¡Sevilla! ¡Guadalquivir!
¡Cuál atormentáis mi mente!…
¡Noche en que vi de repente
mis breves dichas huir!
¡Oh, qué carga es el vivir!
¡Cielos, saciad el furor!…
Socórreme, mi Leonor,
gala del suelo andaluz,
que ya eres ángel de luz
junto al trono del Señor.
Mírame desde tu altura
Sin nombre en extraña tierra,
empeñado en una guerra
por ganar mi sepultura.
¡Qué me importa, por ventura,
que triunfe Carlos o no?
¡Qué tengo? ¡Terrible suerte!
Que en ella reina la muerte,
y a la muerte busco yo.
¡Cuánto, oh Dios, cuánto se engaña
el que elogia mi ardor ciego,
viéndome siempre en el fuego
de esta extranjera campaña!
Llámanme la prez de España,
y no saben que mi ardor
sólo es falta de valor,
pues busco ansioso el morir
por no osar el resistir
de los astros el furor.
Si el mundo colma de honores
al que mata a su enemigo,
el que lo lleva consigo,
¿ por qué no puede…?

(Óyese ruido de espadas)
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